“Viendo yo la gran distancia y diferencia de Armas con que yo me hallara, i para el vencimiento de mas favor de los Dibino que lo umano, les dije en alta voz a mi gente que si Dios permitiera que fuese nuestra la vitoria, los despojos y Armas y otras cosas que pudieran haver, se ofrecían dos advocaciones: Maria santísima y tres ymagenes de especial devosion en estos lugares”.
José Sánchez Umpiérrez, Gobernador de Fuerteventura.
LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS
En el año 1739 Inglaterra declara la guerra a España, la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins. En el marco de la guerra europea que implicaba a muchas naciones, el campo de acción se amplía hasta el Atlántico amenazando las colonias americanas y sobre todo al Archipiélago Canario. La situación de las Canarias las convertía en un apetecible objetivo estratégico, tal y como hacía poco había llevado a los ingleses a ocupar el Peñón de Gibraltar y la Isla de Menorca. Sin embargo las islas capitalinas ya se encontraban perfectamente pertrechadas para la defensa, como comprobaría el propio Almirante Nelson en 1797 al intentar ocupar la Isla de Tenerife que dejó un brazo en el intento.
Por estos motivos se fija como objetivo la isla de Fuerteventura. Esta isla llana con una amplia costa de suaves playas de arena que invitaban al desembarco, se encontraba además prácticamente indefensa. No habían fortificaciones, no había artillería de costa y ni siquiera habían armas de fuego en la isla. Las poblaciones eran distantes unas de otras y con poca densidad de población.
Los primeros episodios son encuentros entre naves corsarias inglesas y balandros comerciales que arribaban a la isla. La ausencia de defensas hace que estas presas sean capturadas con una facilidad increíble, lo que motiva a los corsarios a emprender acciones más osadas.
El 11 de octubre de 1940 una balandra inglesa penetra en el puerto de Gran Tarajal y apresa el barco Fandango que se encontraba varado en puerto. La facilidad con que se ejecutó esta acción le permitió al día siguiente arribar al puerto de Las Playas donde desembarcó los prisioneros que había capturado hasta entonces. Con un amplio botín y dos barcos y una balandra apresada el corsario puso rumbo a Funchal (Capital de Madeira) donde vendió la mercancía incautada.
EL ATAQUE A TUINEJE
Al día siguiente fue avistada en las inmediaciones de Gran Tarajal otra nave inglesa. La nave arribó a puerto y desembarcaron unos 50 hombres pertrechados con escopetas, pistolas y granadas. Al amparo de la noche se encaminaron al interior de la isla rumbo a Tuineje. Pronto perdieron el rumbo y arribaron al caserío de Casilla Blanca donde capturaron a unos labriegos con el fin de que les guiaran hasta Tuineje. Sin embargo aprovechando la confusión desde el caserío fueron despachados varios mensajeros hasta la propia villa de Tuineje y al Gobernador de la Isla Sánchez Umpiérrez que se encontraba pasando unos días en el caserío de Los Arrabales, a unos 25 kilómetros de distancia. Los avisos llegan a Tuineje al mismo tiempo que los ingleses lo que permite que muchos habitantes consigan huir al amparo de la noche. Sin embargo los corsarios consiguen apresar a siete paisanos con los que entraron en la Iglesia con el fin de saquearla. Allí robaron los cálices, la plata y varios objetos del culto, además profanaron la imagen de la Virgen lo que produjo una enorme indignación entre los prisioneros. Mientras tanto las milicias se fueron reuniendo a lo largo de la noche, repescando a los huidos y despertando a los hombres en los pagos cercanos. Al amanecer los ingleses vieron a dos destacamentos de isleños acercarse al pueblo, y por desconocimiento de sus efectivos y de su armamento emprendieron el regreso a su barco llevándose a los prisioneros como rehenes.
Los dos destacamentos siguieron a los ingleses flanqueándolos a cierta distancia, en un momento dado el comandante inglés despacha a uno de los rehenes para negociar la retirada ofreciendo la liberación de sus prisioneros a cambio de tener paso franco hasta su embarcación. Sin embargo el Gobernador de la isla replica que además exige la entrega de las armas a los corsarios, algo inaceptable por su parte. Su objetivo es ganar el tiempo suficiente para que las milicias se hayan reunido completamente y plantar batalla al enemigo. Para ello interpone un destacamento entre los ingleses y la costa, obligando a estos a hacerse fuertes en una pequeña colina.
Al día siguiente las milicias se hayan reunidas y rodean la colina. El Gobernador Sánchez Umpierrez había ordenado reunir a cuantos camellos se encontraran por el camino, por lo que cada destacamento se guarneció tras una trinchera móvil de camellos. Los ingleses sin embargo confiaban en su número y en su armamento y se dispusieron a abrirse paso a la fuerza a través de los isleños.
Quedaba pues planteada la batalla en una zona conocida como los Quemados del Cuchillete. Antes de iniciar el ataque, Sánchez Umpiérrez recorrió los puestos animando a su gente. Se acercó al presbítero don José Antonio y le entregó su bastón diciéndole: “primero es la honra que la vida, encomiéndenos a dios y a la Virgen de la Peña”. El gobernador dio la voz de avance tras la trinchera móvil de los camellos al grito: “¡Cristianos!, a defender la tierra”, y los isleños lanzando ijijíes se lanzaron al ataque.
Los ingleses seguros con sus armas, esperaron a tenerlos a tiro para pararlos en seco con una descarga cerrada de sus fusiles. Hicieron fuego, pero su sorpresa fue enorme cuando observaron que los camellos recibían de lleno la lluvia de balas. La diferencia de armamento e inutilizada la primera descarga, hizo que se aprovechara el instante para llegar al cuerpo a cuerpo antes de que el enemigo cargara de nuevo sus armas. En lucha hombre a hombre, las piedras, palos y rozaderas manejadas con la tradicional habilidad de los canarios, resultaron más útiles que las armas de fuego. Rotas las líneas del cuadro inglés, en menos de media hora que duró esta fase del combate quedaron sobre el campo de batalla 22 ingleses.
Destacó por su bizarría temeraria el gobernador Sánchez Umpiérrez, que a caballo se introdujo en la formación enemiga, atropellando, picando con su lanza y acudiendo en presteza en ayuda de sus subordinados que se encontraban en situación apurada. Otro destacado en la batalla resultó ser el anciano capitán don Baltasar Matheo, quien con 80 años, entró al enemigo con arrojo y valentía.
Los ingleses, que habían confiado en una victoria rápida a manos de su superior armamento, no contaron con tres factores que fueron determinantes para su derrota. La trinchera móvil de los camellos, que inutilizó su primera descarga, con la que intentaron parar en seco el avance y producir la consiguiente desmoralización de los atacantes. El ser su formación desbaratada por los mismos animales que enloquecidos penetraron entre sus filas. Y por último la habilidad de los isleños en el manejo de sus primitivas armas y su tradicional ligereza en esquivar los golpes.
Rota la defensa inglesa y ya superados en números, muchos dieron vuelta y emprendieron la huída desesperada a su barco, emprendiendo los canarios una cacería que se prolongaría a lo largo de la jornada. El resultado fue el siguiente: de los 53 ingleses que habían desembarcados, 20 quedaron con vida al rendirse ante los isleños, el resto quedó muerto sobre el campo de batalla. Ninguno consiguió llegar hasta el barco. Por parte isleña el recuento quedó de la siguiente forma: tres muertos, tres heridos graves y doce de menor consideración de un total de 43 que iniciaron el ataque. De los camellos no ha quedado constancia de cifras.
La balandra corsaria permaneció anclada en Gran Tarajal hasta el día 16, lanzando cañonazos de cuando en cuando llamando a sus hombres. El gobernador despachó a Gran Canaria un barco pesquero informando de los sucesos y solicitando que la balandra San Telmo acudiera a la isla para reducir la embarcación enemiga. Sin embargo, la San Telmo arribó a Gran Tarajal sin encontrarse a los corsarios, quienes debieron huir rumbo a Funchal. Los prisioneros fueron embarcados rumbo a Gran Canaria.
La victoria debió elevar mucho la moral de los habitantes de Fuerteventura. Sin embargo pronto volvieron a sentir la sensación de encontrarse expuestos a combates. Efectivamente el 9 de noviembre fue avistada una goleta inglesa, que sin dificultad alguna, sacó de Jinijinamar y Tarajalejo dos balandras allí refugiadas, completamente cargadas de mercancías procedentes de Gran Canaria y de Tenerife.
El 17 de noviembre el Bergantín de Pedro Alvarez que transportaba además de una abundante carga, 120 pasajeros, fue abordado por una goleta inglesa. El día 21 una balandra que venía de Gran Canaria cargada con provisiones y armamento y pólvora para la isla, fue atacada cuando desembarcaba la mercancía, por el corsario Davidson al mando de dos balandras. Los ingleses se apoderaron de la balandra y de casi toda la mercancía, los isleños solo pudieron salvar un barril de pólvora tan necesaria para la defensa de la isla. El día 24 una lancha desembarcaba 54 marineros fuertemente armados al mando del subteniente Benabar Bill en la ensenada de Gran Tarajal.
LA BATALLA DEL LLANO FLORIDO
Los ingleses tomaron el camino de Tuineje. Pero esta vez los isleños ya estaban sobre aviso, el sistema de vigía funcionó a la perfección y antes del amanecer el gobernador ya tenía noticias del desembarco. Sánchez Umpiérrez dio las órdenes convenientes para la concentración de las compañías de Tuineje, Tiscamanita, Agua de Bueyes, Casillas de Morales y Antigua, que deberían confluir en el puesto designado, donde él mismo se incorporaría con la compañía de Pájara que iba a sus órdenes. Al llegar Umpiérrez al lugar señalado y al no encontrar al resto de compañías se dirigió con sus hombres hacia Tuineje para no perder tiempo. ¿Qué había ocurrido? La diferencia de distancias fue la causa de que las primeras compañías citadas llegaran antes al lugar prefijado, y pensando sus jefes que eran suficientes para presentar combate se habían puesto en marcha hacia el enemigo.
Mientras tanto los ingleses habían llegado a Tuineje y se habían dedicado a saquear de nuevo la Iglesia de San Miguel, repitiendo hechos irrespetuosos, esta vez con la imagen del santo a la que arrancaron el bastón y un brazo que se llevaron como trofeo. Al contemplar como se aproximaban las compañías de isleños, abandonaron el pueblo.
No existe una relación detallada de la batalla del Llano Florido como la hubo en la de El Cuchillete. Pero podemos hacer una reconstrucción bastante cercana a como se desarrollaron. Las compañías mencionadas debían estar muy próximas a Tuineje cuando los invasores comenzaron a evacuar el pueblo. Los isleños con gran superioridad numérica, mejor armados que un mes antes y con sus oficiales al frente, y por tanto con una gran moral y pleno convencimiento de su victoria, decidieron caer sobre el enemigo sin esperar por su jefe superior. Los oficiales atacantes no adoptaron un plan de ataque, y atacaron en campo raso sin protección alguna en la zona conocida como Llano Florido. Posiblemente tal precipitación se produjo porque los invasores se retiraban ya hacia el sur camino de Gran Tarajal; y porque la formación inglesa, ante la superioridad numérica de las milicias, ahora mejor armadas, rompió filas y comenzó la huída hacia el puerto por la ruta que aún se encontraba libre.
En ese momento llegó al campo de batalla Sánchez Umpiérreza con la compañía de Pájara y pudo contemplar el desarrollo del combate. Salió disparado a galope tendido acompañado por el capitán Melchor de Cabrera y dos soldados a caballo.
La batalla en el descampado fue de solución rápida, con menor diferencia de armamento que la refriega anterior, con los oficiales al frente, con la presencia de al menos ocho soldados a caballo y mucho más mortífera, por la falta de protección de los atacantes y por el completo exterminio de los invasores.
Por parte de los isleños hubo cinco muertos y algunos heridos. Del lado inglés los 55 hombres quedaron tendidos sobre el campo de Tuineje. No cabe la menor duda que en este caso hubo un exceso de crueldad por parte de los isleños, quienes hartos ya del constante acoso y el bloqueo marítimo a que habían sido sometidos por los corsarios, y sobre todo enfurecidos por los repetidos ultrajes a las imágenes sacras de la Iglesia de San Miguel se emplearon a conciencia para exterminar a los invasores. Si lo que buscaron los isleños fue un escarmiento que alejara futuras incursiones corsarias, no hay duda de que lo consiguieron a la perfección. Porque estas derrotas sangrientas debieron circular entre los corsarios británicos que merodeaban en aguas de Canarias que no se atrevieron a nuevos desembarcos en la isla.
Con respecto a los barcos anclados en el puerto de Gran Tarajal, al igual que en el ataque anterior, tras permanecer anclados unos días a la espera de noticias de sus hombres y tras negociaciones con los isleños para la liberación de los posibles prisioneros, finalmente zarparon rumbo a Madeira. La balandra San Telmo, que ya venía desde Gran Canaria, no la pudo localizar.
Tras estos enfrentamientos el gobernador de la Isla solicitó medidas de protección para la isla, y por parte del gremio de comerciantes se armó un navío de treinta cañones. Que realizó una campaña durante un mes sin encontrar un solo barco inglés. También se armaron tres navíos corsarios que lograron capturar cuatro naves inglesas y un pingüe holandés, cargado de pólvora, hierro y otros efectos diversos a medio camino de Santa Cruz de Berbería.
Aún así, el día de Reyes de 1741, aparecieron cuatro fragatas inglesas en las costas de Fuerteventura. Aunque no se desarrollaron intentos de desembarco, su presencia afectó gravemente al comercio y al abastecimiento de la isla.
1 comentario:
ola soy maría y aunque mi artículos son de historia del arte, me ha interesado este tema ya que desde siempre he vivido en Fuerteventura y ya tenia un poco de conocimiento de que muchos barcos de diferentes nacionalidades consideraban las islas un punto estratégicos a lo largo de la historia.
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